El Colegio Santa Elena se ubica en el corazón de la Selva Central. Dada las condiciones del terreno y el estudio previo sobre la comunidad, el proyecto se levantó con una orientación diferente a la convencional y limitó el uso de la madera en la construcción, pero aprovechó esta dificultad para desarrollar una morfología que se adapta al terreno y cumple con las necesidades del programa.
El proyecto se ubica en el distrito de Pangoa, en el corazón del Vraem (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Marañón), específicamente en el centro poblado Santa Elena. Esta comunidad fue afectada en el pasado por el abandono político y el sufrimiento a raíz de las décadas del terrorismo. Pero esta situación buscará ser cambiada a través del colegio.
La iniciativa comenzó el 2013 con la etapa de investigación en las comunidades implicadas. Se hizo un diagnóstico con los padres de familia y alumnos, hallándose que la mayor deficiencia era la educación. Se elaboró el perfil de proyecto y se presentó a la empresa cafetalera Procesadora del Sur para buscar el financiamiento exterior.
ARQUITECTURA
Aprobado el financiamiento de parte de la Fundación Costa de Inglaterra, se inició el desarrollo arquitectónico para la construcción del colegio sobre un terreno de una hectárea. La singularidad de su ubicación es que aquí se unen los caminos que dirigen a 18 comunidades rurales de asháninkas y colonos, donde habitan y transitan jóvenes que puede tener la posibilidad de continuar los estudios de nivel secundario.
El colegio se compone de un volumen compacto y longitudinal en el lado este del terreno. Se compone de dos niveles con un patio cubierto en la zona central, aulas escolares en el norte y laboratorios y áreas administrativas en el lado sur. En el lado oeste del lote se encuentra el patio del colegio, la losa deportiva y área verde.
La particularidad de la infraestructura en estas zonas es que -en la mayoría de los casos-, la escuela cumple el rol, no solo de lugar de estudio para los alumnos sino también de lugar catalizador para el encuentro, reunión y recreación de toda la comunidad, ya que en la mayoría de los casos es la única infraestructura “pública” presente.
“Construir en las comunidades rurales no es como hacerlo en Lima. Como no había infraestructura no se conocía a cabalidad la cantidad de alumnos y por ende, cómo dimensionar y qué programas proponer. El Ministerio de Educación nos dio un número tentativo y planteamos un programa que consistía en cinco aulas de clase y las oficinas administrativas”, señala la arquitecta Marta Maccaglia, directora de la Asociación Semillas para el desarrollo sostenible, entidad encargada del desarrollo y ejecución del proyecto.
La etapa del diseño tuvo como uno de sus desafíos al terreno. De acuerdo al estudio de suelos, existía terreno de relleno en la zona oeste del lote mientras que la parte oriental presentaba una superficie más sólida. Por ello, se propuso la construcción de un volumen compacto y longitudinal para 200 alumnos en el lado este. Mientras que en el área occidental, menos resistente, se destinó para el patio del colegio, la losa deportiva y área verde. “Esta no es la orientación recomendable, pero estuvimos obligados por las condiciones de terreno, y siempre hay estrategias arquitectónicas para favorecer el confort en los espacios interiores”, menciona la arquitecta.
El volumen se compone de dos niveles, se estira hacia arriba para ganar espacio, se adapta a la morfología del terreno y se va deformando ligeramente. En la parte central, un patio cubierto de doble altura divide el colegio en dos secciones, con accesos independientes en los extremos y en el centro. En la parte norte del edificio se encuentran las aulas escolares y los servicios higiénicos del alumnado mientras que el lado sur alberga el hall de ingreso, los laboratorios, la biblioteca/multifuncional y las aulas administrativas.
MATERIALES
Para la estructura se empleó hormigón armado a fin de cumplir con la norma antisísmica, mientras que en los muros se utilizaron ladrillos artesanales de arcilla. Las paredes fueron pintadas con una mezcla de ocre y cola que le da un color más adaptado al entorno
En el estudio preliminar del proyecto se detectó que la comunidad no contaba con gran cantidad de madera por lo que se delimitó su uso en la estructura de la cubierta y el apersionado de las fachadas este y oeste. Este sistema apersionado permite una iluminación indirecta, mantiene el espacio ventilado y protege los pasillos de la lluvia. Se presenta como una solución al tipo de orientación de la obra, que fue obligada por las condiciones del suelo.
Dado que la cubierta es de calamina y acumula bastante calor, este sistema se repite en las pequeñas ventanas de las aulas situadas en la parte superior, lo que posibilita la salida del aire caliente y un recambio de aire constante.
El volumen se estira hacia arriba en la parte central, presentando una caída hacia los extremos norte y sur. En ambos bordes, y encima de los servicios higiénicos, se ubican tanques cisterna que acumulan el agua de lluvia, que es utilizada para los baños y una vez usada, se depura mediante un sistema de filtro percolador y se reusa como agua de riego. “Aprovechamos que contamos con un clima lluvioso y empleamos esta gran superficie de techo como un canalizador de agua”, detalla.
Para la estructura se empleó hormigón armado mientras que en los muros se utilizaron ladrillos artesanales de arcilla. Se empleó madera en la estructura de la cubierta y el apersionado de las fachadas este y oeste. Este sistema apersionado permite una iluminación indirecta, mantiene el espacio ventilado y protege los pasillos de la lluvia.
REFLEXIÓN
“Los proyectos que hacemos en la Asociación Semillas son financiados por cooperación internacional con montos pequeños en comparación a los que manejan gobiernos regionales o locales. El mensaje que queremos dar, es que no somos magos sino que conseguimos los objetivos porque le damos un seguimiento muy cercano. Acercamos esfuerzos y esto se hace posible con el aporte comunitario”, señala Marta Maccaglia.
La arquitecta explica que en el caso del colegio Santa Elena se contó con el apoyo de las comunidades de manera voluntaria a través de faenas, pero también del municipio que facilitó maquinarias en la preparación del terreno y apoyó en el traslado de materiales y de agregados. “Eso fue amortiguando los costos”, comenta.
“En el Perú, se trata de optimizar costos, haciendo uso de módulos prefabricados o proponiendo proyectos que hacen referencias a prototipos, pero el copiar y pegar no siempre funciona. Invertir para el diseño arquitectónico favorece al presupuesto porque un proyecto que está estudiado con las condiciones específicas, aminora los costos, optimiza los recursos y se consigue una obra más adaptada al entorno”, puntualiza la arquitecta Marta Maccaglia.
FICHA TÉCNICA
Año: 2015. Desarrollo y ejecución: Asociación Semillas para el desarrollo sostenible. Cooperación: Procesadora del Sur S.A., Asociación VSP Generaciones. Arquitectura: Marta Maccaglia, Paulo Afonso Colaboracion: Ignacio Bosch, Borja Bosch. Obra patrocinada por: Costa Foundation. Colaboración: Autoridades del Centro Poblado de Santa Elena, Unidad de Gestion Educativa distrital Pangoa, Municipalidad de Pangoa. Área construida: 700 m2. Constructor: Ángel Javier García Paucar. Carpintería: Elías Martínez Ramos. Ingeniería: Manuel Cárdenas Aspajo. Fotografía: Marta Maccaglia.
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