El profesor titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Eugenio Garcés, hace un repaso de Sewell y Los Pelambres, asentamientos históricos de inicios del siglo XX y siglo XXI, respectivamente, asentados en la precordillera andina cerca recursos de gran importancia como el cobre.
La mayoría de asentamientos de cobre de Chile se ubican en los territorios mineros de los andes, en las áreas de influencia del Camino del Inca. De hecho, la palabra andes proviene del término anta, que en quechua significa cobre. Según Humboldt, los incas ya advertían la presencia de ese mineral, combinándolo con el estaño para obtener bronce y fabricar armas y herramientas.
“Su organización se basó en la concentración de elementos de infraestructura, ingenios industriales, conjuntos de vivienda y edificios de equipamiento, junto a la mina de cobre en explotación”, explica Garcés.
El modelo aplicado en esa época dio lugar a la creación de asentamientos como Sewell (1905) entre muchos otros, integrados años después a la empresa Codelco. En los años 60 cerraron el enclave contaminado del proyecto, dando lugar a conjuntos de vivienda conectados con las instalaciones mineras.
La experiencia de Sewell dio lugar a proyectos mineros basados en nuevos modelos de gestión, pues se empezaron a aplicar elementos industriales, de infraestructura y transporte, con conjuntos habitacionales y viviendas para las familias de los trabajadores. También se adoptó un régimen de turnos laborales, como el 7×7, que consiste en siete días de trabajo por siete de descanso.
Con esta base, nacen nuevos complejos mineros como Minera Los Pelambres en el año 2000, entre otros, que fueron integrados en unos sistemas territoriales que ordenaron los elementos productivos en su espacio regional. A la larga, este proceso dio lugar a conectar el trabajo minero de los andes occidentales con los puertos de embarque costeros.
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