Cuando la ciudad se enferma: Logística y movilidad urbana sostenible en épocas de pandemia

Dr. MSc. Arq. Gerardo Regalado R.

La historia de la medicina y de la etiología, nos recuerda cómo es que relacionábamos las enfermedades con causas tales como: la superstición, las divinidades, la religión, el cosmos, los humores, el hedor, etc…, hasta que aterrizamos en teorías microbianas, con Pasteur y Koch, que fue a partir de sus estudios que hemos podido vencer grandes pandemias en el mundo, tales como la viruela, la peste bubónica, el sarampión, etc… Y otras que hasta ahora no se puede encontrar la cura, como son la Influenza, el Ebola, el VIH, y el que hoy nos obliga a “estar en la ciudad y no estar en la ciudad”, el “coronavirus”.

Desde una postura positivista se infiere que la ciudad es un organismo viviente, en claro paralelismo con el cuerpo humano, porque tiene un metabolismo, se reproduce, crece, se comunica, presenta una temporalidad y el tiempo está en ella y porque, esencialmente, cumple una serie de funciones como el ser habitadas, disfrutadas y sobre todo recorridas, es decir, la función de circulación, actividad fundamental para darle vida.

Es esta función de circulación la que pone a “caminar” la ciudad, origina desplazamientos en las personas, mercancías, data, recursos, etc…, que acometen día a día, con sus respectivas velocidades, en la estructura urbana, reflejo de sus condiciones socioeconómicas, pero que aseguran otras tres funciones urbanas importantes: la residencia, el trabajo y el ocio, determinando el uso y disfrute del espacio público.

Hoy la ciudad está enferma, la motilidad se ha reducido a una mínima expresión, es decir, la capacidad real o potencial de desplazamiento en el entorno urbano, se ha reducido a una movilidad más individual, a escala de la vivienda y como mucho, a una escala barrial. La vida en confinamiento obliga a comprender categorías proxémicas, que van desde la distancia íntima, hasta la distancia personal, desde las cuales se observan diversas sensaciones cenestésicas, es decir, se percibe la sensación general del estado del cuerpo de tu compañero de cuarentena.

Pero, además, el confinamiento y aislamiento social, ha reducido nuestra “agencia” o capacidad de actuación, como uno de los agentes en el “campo” de la movilidad urbana cotidiana y, por ende, la apropiación de nuestras posibilidades de desplazamiento se ha reducido al mínimo.

Pero, ¿Por qué decimos que la ciudad está enferma?, simplemente porque no camina, no se mueve, no tiene movilidad urbana, se encuentra en un estado de “catalepsia urbana”.

La movilidad urbana asegura otras funciones vitales de la ciudad, tales como:

1. Telenomía, es decir, debe poder realizar funciones concretas que le permitan alcanzar el objetivo de conservación y reproducción de las actividades para la cuál ha sido creada, por ejemplo, producir, consumir, intercambiar;
2. Morfogenesis autónoma, debe ser capaz de reconfigurar su estructura urbana desde procesos que se originan en su interior independientemente o no, de lo que suceda en el exterior, por ejemplo, las economías o deseconomìas de aglomeración, los procesos de urbanización, etc…
3. Crecimiento y desarrollo, asegurando sus modificaciones en el tiempo y el espacio, como por ejemplo, el crecimiento y desarrollo urbano, los patrones de asentamiento, la consolidación de los usos del suelo, etc…
4. Reproducción, esta función asegura la producción y reproducción constante de usos del suelo que otorgan dinámicas culturales, sociales y económicas a favor del desarrollo urbano;
5. Metabolismo, asegura el intercambio de energías y materia, tanto al interior como al exterior;
6. Temporalidad, la ciudad está en el tiempo y el tiempo está en ella, hoy ese tiempo se ha detenido, se ha congelado, eso lo podemos observar en el espacio público.

Es el momento de repensar la movilidad urbana en tiempos de pandemia, para que la ciudad pueda “re-vivir”, no solo como la suma de desplazamientos de personas, mercancías, recursos, data, etc…, sino en su relación con la “logística urbana”, específicamente para los desplazamientos de los artículos de primera necesidad.

Pensar en logística urbana de mercancías de primera necesidad, implica que: la movilidad de los alimentos llegue de forma óptima, eficiente y eficaz, desde su origen hacia su destino; que se gestionen las redes de abastecimientos teniendo en cuenta las gradientes de densidad urbana y su relación con el “perfil logístico” de las áreas.

Especialmente, a escala barrial; que se piense en plataformas logísticas como equipamientos jerarquizados y especializados, que aseguren el abastecimiento de los alimentos de primera necesidad en función de una canasta básica, bajo protocolos de bioseguridad; que se piense en el abastecimiento desde la visión de la “micro-movilidad” con relación a las diferentes cadenas del transporte y sus actores; la implementación de servicios cooperativos o espacios logísticos de proximidad, de almacenamiento a escala barrial y su distribución a partir de vehículos amigables (reparto en bicicleta) con el medio ambiente y bajo protocolos de bioseguridad; la incorporación de las tecnologías de información y comunicación para control de stock, consolidación y desconsolidación de la carga, logística inversa, etc., en función de las áreas con mayores necesidades.

Pero la implementación de la logística urbana de mercancías, requiere de un conocimiento del territorio, no solo en sus características físico-espaciales, sino en la estructura socio-económica que descansa en él. La situación que estamos enfrentando, desnuda una falta de conocimiento de nuestro territorio y de su gente.

Vemos con indignación, todos los días imágenes de personas en pobreza extrema que habitan los cinturones de pobreza de nuestro “hinterland urbano”, reclamando ser empadronados, que los alimentos que subsidia el Estado no llegan a los que verdaderamente necesitan; que la población de esas áreas sale de sus casas, desacatando el “toque de queda”, porque simplemente el sentido de supervivencia es mayor que el sentido de obediencia; que no cumplen con la “distancia social”, porque la fuerza del hambre es mucho mayor que la fuerza de la ley.

Ni el último censo, ni la encuesta nacional de hogares, son de utilidad, cuando no correlacionamos al ciudadano con el territorio, de manera que nos pueda dar la certeza de destinar los recursos, sobre todo los materiales y económicos, en las áreas que más lo necesitan.

Desde el punto de vista de la salud pública, el territorio entrelaza la salud con la vida, el movimiento con la vida, toda vez que en él se desarrollan procesos de producción y reproducción social, relaciones entre naturaleza y sociedad. En el territorio la gente vive, se enferma y muere en relación a las condiciones en que trabaja, se divierte, reside, pero sobre todo “se mueve” para vivir, las condiciones en las que realiza estas actividades, son la base para la iniciación y expansión de las epidemias, pero también para el control de éstas.